por Karina de la Paz Reyes Díaz
Xalapa, Ver.- (UV) Yuribia Velázquez Galindo, investigadora del Instituto de Antropología (IA) de la Universidad Veracruzana (UV), desarrolla una investigación en comunidades de origen indígena que a lo largo del tiempo han perdido la lengua e indumentaria originaria, pero no los saberes que se vinculan con la organización, la salud y la alimentación.
En la actualidad su campo de estudio es la comunidad de San Marcos Atexquilapan, perteneciente al municipio de Naolinco de Victoria, lugar que en la época precolombina fue poblado por totonacos. El principal interés de la investigadora es saber cuáles son los conocimientos que continúan hasta el presente y cuáles los que se han transformado.
«Cuando se utiliza el término ‘indígena’, sobre todo a nivel nacional, estamos hablando de personas que tienen una lengua, una indumentaria y, por lo tanto, una cultura diferente. A consecuencia de las políticas públicas, orientadas a la castellanización y a la educación formal, que implica una relativa estandarización del pensamiento, en muchos lugares tales aspectos se han perdido.
«Sin embargo, en muchos lugares del país, incluso en el seno de las ciudades, se mantienen maneras distintas de ver el mundo que son interesantes y fundamentales para afrontar problemas contemporáneos.»
Para ella, al ser México un país colonizado persiste la costumbre de buscar solución a problemáticas sociales con políticas públicas extranjeras, de culturas consideradas «superiores», sin tomar en cuenta que tales soluciones corresponden a un contexto diferente al nuestro. La descalificación o invisibilización de alternativas diversas, que son generadas o han sido generadas históricamente para abordar problemas humanos desde nuestro propio contexto, es una manera de generar un tipo de control social.
«Cuando a ti te educan diciéndote que las respuestas sólo están a través de una ciencia que tiene cierto tipo de características, aprendes a negar lo tuyo; pero el rechazo a lo propio es un proceso histórico de colonización.»
Para la investigadora, quien a partir de agosto de 2017 se incorporó a la plantilla de investigadores del IA, la recuperación de saberes tradicionales no sólo es una necesidad humana ante los desafíos contemporáneos, también es una propuesta política.
Saberes, familia y persistencia
Desde agosto de 2017 Yuribia Velázquez inició la investigación en mención, y en entrevista con Universo celebró que pese a ser México un país colonizado y con políticas públicas encaminadas a desaparecer los saberes ancestrales, éstos han logrado persistir gracias a la transmisión que se da en el marco de las familias, de generación en generación.
«Hay muchas tradiciones que seguimos; por ejemplo, en alimentación las abuelas nos enseñan que debemos comer o evitar ciertos alimentos que tienen cualidades ‘calientes’ o ‘frías’ si estamos delicados de salud, esto es conocimiento ancestral; igualmente, ¿a quién no le han hecho una limpia con un huevo o realizado ciertas curaciones que no forman parte del marco de ciencia, y sin embargo son efectivas? Por eso, la recuperación de esos saberes es importante.»
Para ella, si bien el curar de espanto u otras sanaciones no corresponden al marco científico –porque la ciencia no se ha interesado en este tipo de acciones– «son efectivas porque se mueven dentro de un marco de pensamiento diferente; si nosotros sabemos cuál es la lógica que subyace, podemos entender la congruencia que tienen: no son absurdas ni son supersticiones, pertenecen a una lógica de pensamiento diferente».
Modelos políticos
En los escasos meses de investigación, Velázquez Galindo ha identificado que en San Marcos Atexquilapan todavía persiste una visión de cooperatividad, cuyo interés –más que producir cosas– es generar personas capaces de relacionarse y trabajar de manera conjunta.
Un ejemplo fue que en meses pasados desarrollaron un proceso comunitario para remodelar su iglesia, convocatoria que trascendió hasta comunidades vecinas.
«El tequio tiene una trayectoria ancestral increíble y son movilizaciones inconcebibles en otras culturas porque se trata de dar el trabajo propio sin pago de por medio, para el beneficio común, generado a partir de una motivación adecuada. Éste es un principio que sería útil para todos, por eso hay principios de comportamiento colectivo que valdría la pena conocer.»
Tan sólo en San Marcos es visible, pues la comunidad tiene obras públicas lucidas, como el empedrado de calles; además, sus fiestas son muy llamativas y exhiben el fuerte tejido social.
Desde el punto de vista de la entrevistada, se trata de modelos políticos que al ser generadores de políticas públicas realmente impactan de manera favorable a la población.
«Estoy convencida de que debemos analizar este tipo de procesos para aprender de ellos. En la antropología a esto se le conoce como ‘ecología de los saberes’ y permite, por ejemplo, ver qué ventajas tienen los modelos comunitarios (de los pueblos indígenas) sobre los partidistas, que a veces están más marcados por dinámicas que corresponden a realidades occidentales y van más por la competencia que la colectividad.»
Para ella, tanto la competencia como el individualismo están primando como principio de pensamiento, dejando de lado la colectividad.
La investigación contempla la identificación de las plantas que aún forman parte del régimen culinario de los pobladores de San Marcos Atexquilapan, así como la valoración de los cambios que éste padece actualmente.
«Hay un fuerte problema de seguridad alimentaria, pero recuperar formas ancestrales está vinculado a la ecología, por ello la transformación y el cambio climático tiene una incidencia muy fuerte en el cambio de la cultura alimentaria.
«A esto le sumamos que la propaganda de los medios masivos de comunicación no está regulada y la gente asume que (si determinado producto) está permitido por el gobierno es bueno, por ello si alguien come pizza o pollo frito se asume que es mejor que los quelites, los frijoles y las tortillas. A pesar de que la combinación de frijol-tortilla es de las más maravillosas que ha dado la herencia mesoamericana.»
Explicó que el maíz y frijol combinados potencian la proteína, por ello en las comunidades cuya dieta alimentaria de toda la vida ha sido esta combinación, es posible ver a personas muy adultas en buen estado de salud y fuertes.
El Barrio de San Juan
La investigadora también tiene contemplado trabajar en el Barrio de San Juan, en Jilotepec, que entre sus características está una marcada delimitación y su cercanía con el monte, y compararlo con San Marcos.
«Me interesa saber cómo se está dando la transición de un pueblo que está más urbanizado, como Jilotepec, con uno como San Marcos, cuyo eje de vida social todavía es la producción de sus propios alimentos (y la característica que comparten es que son pueblos de origen totonaco).»
De acuerdo con la investigadora, es desafortunado que una gran cantidad de nuestra población haya perdido su lengua, que implica la pérdida de una manera de ver el mundo. Sin embargo, señaló, la belleza de nuestra cultura mesoamericana se continúa reproduciendo a partir de prácticas tradicionales como los días de muertos, al asumir que muchos de los seres que nos rodean –las plantas o los animales– son seres que sienten el afecto que se les proporciona.
«Incluso una abuelita mestiza que no se acuerda si sus abuelos hablaron o no una lengua, sigue platicando con las plantas, sabiendo que esto las vuelve hermosas. Éstos son ejemplos de que nuestra herencia cultural está más allá de la lengua, está dada por nuestra práctica social, pero hay que ver específicamente cómo se está expresando».