En el bufé de un importante restaurante ubicado al interior de un gran hotel de Poza Rica, un racimo de guayas (Melicoccus oliviformis) se pavonea sin rubor alguno junto a otras frutas de mayor alcurnia -o al menos con más visitas a esos lugares- como la papaya (Carica papaya) y el melón (Cucumis melo).
Ahí estaban las guayas con su cáscara verde, todas juntas, muy orondas, arrogantes, y aunque pocos las consumieron, muchos logran identificarlas.
¿Y cómo no? si las guayas son una de las más consumidas frutas autóctonas, nuestros recuerdos infantiles están ligados a ellas y su importancia es tal que figura en la lista de la “Guía de frutos silvestres comestibles en Veracruz” que en 2010 editaron Conacyt, Inecol y Conafor y que fue escrita por Maite Lascurain, Sergio Avendaño y Aníbal Niembro.
El fruto es uno de las más de “1,500 especies de plantas comestibles silvestres que llegan a constituir entre 8 y 17% de la dieta anual de las familias campesinas” de acuerdo a lo publicado en el referido compendio.
Las guayas, durante su temporada, que inicia en mayo y concluye en agosto, no solo aparecen en los restaurantes elegantes -como ya hemos relatado- sino también en las tinas de las vendedoras ambulantes del centro de la ciudad que las ofrecen a 15 pesos la medida.
Este fruto es originario de América y es muy posible que su nombre provenga de las palabras náhuatl huey (grande) yona-catl (pulpa). El árbol puede llegar a medir hasta 20 metros de altura, con un tronco de hasta 50 cm de diámetro, los frutos son bayas globosas de 1.5 a 2.5 cm de largo, de color verde amarillento a parduzco; semilla ovoide de 1 cm de largo rodeada por un arilo, dice la guía de frutos silvestres.
Hay historias infantiles comunes a muchos de los habitantes de la región. Subirse al árbol a cortar un racimo y caerse cuando apenas habíamos trepado un metro. Comerse dos kilogramos sin atender las advertencias de la mamá o la abuela: “te va a dar chorro, chamaco” y salir airoso del reto al demostrar que los mayores se equivocaron.
Dicen que cura el cáncer o que aporta vitamina B, pero cuando se es un escuincle chamagoso, desprovisto de camisa y de zapatos, lo único que importa era el disfrute del sabor de las guayas, no se pensaba en la salud.
Hoy, ya con camisa y zapatos, tampoco se piensa en lo saludables que son, ahora que ya no se cortan directamente del árbol, sino que se compran en el mercado y se consumen como botana viendo un partido de futbol, se piensa, claro, en el placer y en el hecho de que tanto el fruto como uno, hemos pasado del agreste patio de la abuela al pomposo bufé del restaurante en un hotel de cinco estrellas.