El 18 de junio de 1914 nació en Silao el Gran Cocodrilo, Efraín Huerta. En entrevista, el también escritor David Huerta, hijo del autor de Los hombres del alma y los Poemínimos, recuerda que su padre realizó durante muchos años un periodismo de gran calidad, pero la poesía es por lo que todos lo conocemos.
«Efraín Huerta tiene una gran importancia en las letras mexicanas, al grado que creó una gravitación muy sensible en diferentes generaciones. Su conocimiento a manos de los grandes lectores fue un poco tardío y ocurrió en 1968, cuando se publicó la primera compilación de su obra», refiere.
«Es un poeta cuyo clasicismo es moderno, aunque suene paradójico. Tiene dos grandes etapas muy discernibles y fácilmente identificables. La primera es de una delicadeza y una exquisitez muy extrañas, porque después fue conocido como un poeta de la calle, de ingenio coloquial y alburero; es su periodo más conocido. Creo que la importancia de la obra de Huerta es muy grande y no solamente eso: crece con el tiempo».
David Huerta asevera que «los jóvenes que he tratado lo leen con gusto y provecho. Incluso sienten una admiración teñida de cariño. Para mí, esto es algo muy extraño. No sólo lo admiran, sino también parece que lo quieren, aunque nunca lo conocieron.
«No creo en la magia de la obra de Huerta, sino en la calidad de su escritura. Tocó una fibra muy sensible, sobre todo en la segunda parte de su trabajo poético, porque le habló directamente a la sensibilidad de la gente común, a los lectores de la calle. No sé si en esto radica su popularidad y aceptación, pero sospecho que sí. Pocos poetas abordaron estos temas, digamos naturalistas o realistas, como los poemas de Efraín Huerta. Sí se podría entender la poesía mexicana sin su presencia, pero sería mucho más pobre».
Rememora que, en la intimidad, el poeta guanajuatense era un hombre muy cordial, afable y lleno de ingenio. «A mí, en lo personal, me dejó grandes enseñanzas. Quizá la principal fue la de no tomarse uno mismo en serio, aunque al mismo tiempo me dijo que la tradición del mundo es la tragedia continua, es decir, que su sentido del humor y su capacidad de autocrítica, incluso de autoescarnio, estuvo contrapesada con el sentido trágico de la vida. Nuestra familia ya es muy chiquita y seguramente nos reuniremos y recodaremos el humor y la poesía de mi padre».
Efraín Huerta ejerció el periodismo en 1936 y trabajó en los principales periódicos y revistas de la capital y en algunos del interior de la República. Fue también crítico cinematográfico.
Perteneció a la generación de Taller (1938-1941), revista literaria que agrupó a Octavio Paz, Rafael Solana y Neftalí Beltrán, entre otros escritores. Es autor de los libros Absoluto amor, Línea del alba, Poemas de guerra y esperanza, Los poemas de viaje, La rosa primitiva y La raíz amarga, por mencionar algunos, en los cuales aparecen sus temas recurrentes: amor, soledad, vida, muerte, rebeldía contra la injusticia, lucha contra la discriminación racial y política. Recibió el Premio Nacional de Poesía en 1976.
«Efraín Huerta es uno de los poetas más importantes del siglo XX en América Latina. Su exquisito manejo del arte poético aunado a su vitalidad expresiva lo convierten en uno de los epígonos de su generación. Es un poeta de ruptura; inmerso en su transcurrir histórico no duda en utilizar las técnicas neovanguardistas en forma magistral, creando espacios que no habían sido descubiertos en la expresión poética. Inmerso en una estética de la impureza, contrapuesta a la poesía pura», señaló en alguna ocasión su hija, la también poeta Raquel Huerta-Nava (1963-2018).
Por su parte, el crítico literario Christopher Domínguez ha señalado que «Efraín Huerta es un poeta histórico en al menos dos de los sentidos de la palabra: indeleble como pasado e imprescindible para habitar el devenir».
Cuando falleció Huerta, en 1982, Octavio Paz escribió que Huerta «cultivó el epigrama, los poemínimos: breves, punzantes y, a veces, alados. A pesar de toda esta diversidad, fue ante todo un poeta lírico; sus obras mejores son poemas de amor, de las emociones y sentimientos que acompañan al amor: sensualidad, tristeza, celos, remordimientos, melancolía, júbilo. La ciudad fue para él, historia, política, alabanza, imprecación, farsa, comedia, drama, picardía y otras muchas cosas, pero, sobre todo, fue el lugar del encuentro y el desencuentro».