A 101 años de su nacimiento, su obra literaria se aprecia nutrida de señales e intenciones musicales
15 de mayo de 2018
En un aniversario más de su natalicio, el nombre de Juan Rulfo (Sayula, Jalisco, 16 de mayo, 1917- Ciudad de México, 7 de enero, 1986), remite de manera casi exclusiva a uno de los grandes clásicos contemporáneos de la literatura universal, con sus libros El Llano en llamas(1953) y Pedro Páramo (1955).
Y es que debido a su personalidad reservada, poco se sabe del gusto del escritor por otras disciplinas artísticas, además de las letras, y su pasión por la fotografía y el cine.
Es el caso de la música, a la que se ha hecho referencia en algunos artículos y que ha sido la base de investigaciones como la desarrollada por el musicólogo y compositor Julio Estrada, con la intención de demostrar la forma en que su obra está nutrida de señales e intenciones musicales.
En su texto, Así era Juan Rulfo, Guillermo C. Aguilera Lozano, biógrafo del escritor, comenta que en la década de los 40 del siglo pasado, Juan vivía con su abuela, su hermana menor, Eva y una tía, en una casa de la calle Morelos de Guadalajara.
«Juan sacó de su cuarto a la sirvienta y la pasó al de él. Entonces se instaló en aquel cuarto (en Los Altos de la casa y en un rincón) al que su tía y hermana llamaban «el avión» por estar arriba. Tenía Rulfo ese cuarto lleno de fotografías, de discos de música clásica y de muchos idolitos, recuerda su hermana Eva.
«Rulfo vivía una vida muy bohemia. Se dormía en las madrugadas por pasarse la noche leyendo a los clásicos, a Goethe, Cervantes, Tolstoi, etc. Y escuchando música».
Por su parte, la escritora Reina Roffé en su libro Juan Rulfo, autobiografía armada, escribe en palabras del creador jalisciense, su fascinación por la forma en que la gente del campo interpreta la música mexicana.
«La canción mexicana es triste, no hablo del corrido, de los boleros, de lo que cantaba Pedro Infante o Jorge Negrete, esas gentes raras. Sino simplemente de la canción del pueblo. Yo los he estado oyendo, a veces, en las noches; y no he dormido por oírlos cantar en el requinto -que le llaman allá en Jalisco-, una guitarra de cinco cuerdas. Son canciones que duran a veces dos y hasta tres horas, y entre una estrofa y otra se fuman un cigarro y se toman unos tragos de tequila, platican, y luego continúan con la canción. Y son muy tristes, a veces se pasan toda la noche cantando».
En una charla en Madrid, España, en Casa de América, en 2011, su hijo Juan Carlos Rulfo recordó que aunque en su casa todos eran callados y se comunicaban en señas, «como se hacía en el sur de Jalisco», se hablaba mucho de música.
«La música era nuestro camino conductual, a partir de ahí nos comunicábamos para decir lo que nos gustaba de la vida, y lo que queríamos hacia el futuro».
En la investigación que más tarde derivó en el libro Los sonidos de Rulfo, Julio Estrada desvela cómo las descripciones del escritor en la obra de Pedro Páramo tienen una carga sonora muy importante, casi como las de un autor de literatura musical concreta.
«Hecha de murmullos, silencios o voces interiores, Pedro Páramo podría en efecto aludir a aquellos músicos y a la música a través de Abundio Martínez y Doloritas Páramo (personajes), seres del campo y de la provincia, rurales y urbanos, último mensaje de una época fértil que recuerda con melancolía los cantos que conservan aún tradiciones del terruño», escribe el ganador de la medalla Bellas Artes en diciembre de 2016.
Y explica: «El mundo de la campiña mexicana, referente real de la novela, es descrito por Rulfo a través de atmósferas imaginarias. Éstas están hechas de la materia prima de los ambientes sonoros del terruño mezclados a la música misma, igualmente parte del paisaje».
Fue a partir de este trabajo e inspirado en la propia novela que en 2006, Estrada estrenó en Madrid la ópera Murmullos del páramo, la cual combina las voces cantadas y habladas con sonidos electrónicos e instrumentos acústicos.
El espectáculo se divide en dos grandes partes con nombre de mujer: Doloritas y Susana San Juan, por lo que se trata de una ópera de cámara para dos voces femeninas solistas, un quinteto vocal, contrabajo, guitarra, ruidista, sho, trombón y cinta magnetofónica.
El compositor también incluyó sonidos de ríos, caballos, insectos y truenos, grabados en la zona que, de acuerdo con la emblemática novela, sería Comala.
Ese mismo año, la influencia del trabajo literario de Juan Rulfo también alcanzó a la pianista Ana Cervantes, quien convocó a 18 compositores de México, Estados Unidos, Reino Unido y España, de generaciones y lenguajes diferentes.
Las piezas fueron comisionadas bajo dos lineamientos: la temática debía estar basada en la obra de Rulfo, fuese la literaria o la fotográfica, y las creaciones no debían durar más de cinco minutos.
Tal y como en la obra rulfiana, el silencio es el hilo conductor de las partituras que se estrenaron en el 34 Festival Internacional Cervantino.
El resultado: el disco Rumor del páramo en el que la propia intérprete toca algunos de los temas como Páramo Petreo, de Federico Ibarra (México 1946), y Siluetas en el camino a Comala, de Tomás Marco (España 1942).
El material también incluye Pavane (in the old way) for doña Susanita, de Stephen Mcneff (Reino Unido, 1953); Paramos de Rulfo, de Mario Lavista (México 1944), y Los murmullos, de Ane LeBaron» (Estados Unidos, 1953).
Otros de los músicos que participan son Vicente Barrientos, Horacio Uribe, Charles B. Griffin, Carlos Cruz de Castillo, Geogina Derbez y Eugenio Toussaint.
A nivel internacional, desde 2012, los músicos ingleses Stephen McNeff y Frederic Wake-Walker planean llevar a escena una ópera también basada en Pedro Páramo, proyecto que hasta la fecha se mantiene pendiente.
«Por su lenguaje poético y por la complejidad de los personajes, Pedro Páramo se presta a trasladarse a otro medio, como la música. La novela tiene tintes teatrales», ha comentado a la prensa mexicana Frederic Wake-Walker, fundador de la Mahogany Opera.