La uva se cultiva prácticamente en todo el mundo. En México se produce uva de mesa, uva industrial y uva pasa, y de todos los estados productores, Sonora ocupa el primer lugar con el setenta por ciento del total nacional.
Se calcula que de los quince millones de cajas que Sonora produce, más del ochenta por ciento se destina a exportación, principalmente a Estados Unidos y a la Unión Europea. Esto significa que de la venta de solo las variedades rojas de uva producida en Sonora ingresan más de 2,900 millones de pesos.
Para los mercados internacionales, la uva debe cumplir con un riguroso control sanitario y con altos estándares de calidad en su color, firmeza y dulzor, los cuales son elementos determinantes para fijar su precio final
Sin embargo, las regiones productoras en climas cálidos tienen un gran reto: aunque el proceso de coloración de la uva es algo natural, las altas temperaturas del verano en estas regiones lo alteran y ocasionan que el color no sea lo suficientemente rojo ni homogéneo.
En el mundo actualmente se utilizan productos químicos comerciales para la inducción de color en las uvas, cuyas concentraciones son cada vez más reguladas en los mercados internacionales, debido a que además de reducir la vida de anaquel de la uva por acelerar su ablandamiento, también disminuyen la vida productiva de las parras.
Fue por eso que, al identificar la necesidad de generar una alternativa para inducir color en la bayas, que resultara eficaz, orgánica y, sobre todo, que evitara daños al follaje de las parras, así como la pérdida de firmeza de las bayas, ocasionados por la aplicación de agroquímicos sintéticos tradicionales, científicos del Centro de Investigación en Alimentación y Desarrollo (CIAD) elaboraron un producto que soluciona estos inconvenientes.
Dicha innovación es un inductor de color para frutos rojos, pero especialmente diseñado para uva de mesa, que se desarrolló en el Laboratorio de Fisiología Vegetal-Molecular del CIAD, que encabeza el profesor investigador Miguel Ángel Martínez Téllez.
Este producto es un polvo humectable, que se aplica por aspersión directamente a los racimos, y que funciona mediante la estimulación de síntesis de antocianinas (los compuestos que brindan el color rojo característico en la cutícula de las bayas), sin la inducción de etileno, lo cual permite obtener racimos de uva con un color uniforme e intenso, sin afectar la firmeza de las bayas ni la acumulación de azúcares.
De acuerdo a Martínez Téllez, en diversas pruebas de laboratorio y de campo que se han realizado, se ha demostrado que, por su origen natural, derivado de paredes celulares de tejido vegetal, este desarrollo tecnológico es amigable con el medio ambiente, no tiene efectos adversos para la salud humana y puede ser usado en cultivos orgánicos.
Además, a diferencia de los agroquímicos tradicionales, aumenta en un veinte por ciento la vida de anaquel del fruto, no afecta el follaje de la parra, activa mecanismos naturales de defensa de la planta y la fruta contra enfermedades poscosecha e incrementa la cantidad de antioxidantes al momento de cosecha, lo cual es benéfico como aporte nutrimental para la salud del consumidor.
En términos financieros, representa una inversión de 380 dólares por hectárea, mientras que otros productos a base de ácido abscísico pueden llegar a costar hasta 854 dólares por el mismo rendimiento.
De acuerdo con la Oficina de Transferencia de Tecnología (OTT) del CIAD, con base en la escala de maduración tecnológica Technology Readiness Level (TRL) propuesta por la NASA, este desarrollo tecnológico se ubica en el nivel 7 de la escala, lo que significa que la tecnología se ha validado a través de pruebas simuladas o reales, ha aprobado modelos de evaluación económica y se ha asegurado en aspectos de salud y seguridad, limitaciones ambientales, regulatorios y de disponibilidad de recursos.