Cortés, ideólogo de una sociedad diversa y singular, llamada Nueva España

Lo que conocemos como «espíritu nacional» germinó gracias a una sociedad novohispana diversa y autosuficiente en su composición, una colectividad que estuvo en el sueño de un «personaje de novela de caballerías, con mucha luz y mucha sombra, que desde el momento que hundiera sus naves en un puerto sin nombre, tuvo la ilusión de crear una Nueva España», con estas palabras el historiador Antonio García de León, reivindicó la figura de Hernán Cortés.

El Premio Nacional de Ciencias y Artes 2015, investigador emérito del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), fue el encargado de cerrar EL Coloquio «500 años del desembarco de Hernán Cortés, 1519-2019», con una disertación de su papel en la conformación de la primera población de origen africano en la Nueva España, y que revela a un hombre visionario, que no solo fue un fundador de cabildos, sino «alguien que pensó en un orden jurídico-social, liberal, adelantado a su época».

Cuando en su Segunda Carta de Relación, Cortés propuso al emperador Carlos V nombrar a la tierra conquistada, Nueva España del Mar Océano, vislumbró la diversidad no sólo geográfica de estos confines, sino la pluralidad étnica dentro de los mismos; fue por ello que una de sus ideas fue establecer un Estado donde los indígenas no estuvieran segregados en repúblicas, lo cual no sucedió, pero de alguna manera intentó implementar en el Marquesado del Valle de Oaxaca, que le concedió Carlos V, en julio de 1529.

Para entrar en materia, García de León insistió que desde un primer momento, los conquistadores recurrieron a mecanismos de crédito y financiamiento para el arribo de expediciones a costas veracruzanas —y que después engrasaron con préstamos—; la mayoría de búsqueda de oro de superficie y minas de plata, la organización de la propiedad de la tierra, la producción de azúcar, trigo, cebadas y otros cereales europeos, o bien, el comercio y la expansión hacia el norte de la Nueva España.

«En todo esto, los préstamos obtenidos para la compra de mano de obra esclava, fueron solo uno de los rubros que emprendió el conquistador, y de ninguna manera, el principal. Porque se ha tachado a Cortés de esclavista y tratante, él fue muchas cosas más.

«Hay documentos que prueban que contrató, por ejemplo, varias compras de esclavos de Guinea y Cabo Verde, como aquellos 500, de los cuales un tercio serían hembras (como se estilaba en la época), comprados hacia 1542 a Leonardo Lomelini, en su segunda estancia en España, de los que no se tiene constancia de si entraron a la Nueva España, el cumplimiento del contrato y cómo se distribuyeron, pero desde 1529, llegaron pequeñas dotaciones de esclavos negros para Tuxtla y Tlaltenango».

La llegada de los primeros negros a la Nueva España —continuó— estuvo asociada a la empresa de conquista, la presencia de algunos esclavos, pero sobre todo a la de negros libres con diferentes grados, dentro de la estructura militar de la Conquista. Entre 1519 y 1522, participaron negros criollos peninsulares, «españoles negros» de segunda o tercera generación, así como negros ladinos peninsulares y del Caribe, entre los que destacó Juan Garrido, posterior vecino de Coyoacán, primer cultivador del trigo en Nueva España.

«Resulta sugerente, de acuerdo con documentos fechados en 1524, una fuerte introducción de esclavos en las montañas del norte de Oaxaca, en ellos se habla ya de negros fugitivos o cimarrones, que perturban los caminos y el orden», anotó durante su ponencia Cortés y la primera población de origen africano en la Nueva España, presentada en la Dirección de Estudios Históricos del INAH.

La emisión de ordenanzas en las dos primeras décadas tras la caída de Tenochtitlan, resultaron decisivas para ampliar el territorio conquistado, del centro de México al occidente (límites de Sinaloa y Sonora), el área maya peninsular y la actual Centroamérica; bajo una organización estratégica para la fundación de cabildos, ayuntamientos, villas de españoles, nuevos asentamientos indígenas, puertos de mar y nuevas ciudades concebidas conforme las «utopías renacentistas».

Antonio García de León hizo hincapié en que una de las utopías de Hernán Cortés, desde ese periodo inicial, fue organizar un reino los más autosuficiente posible, al reparar en la diversidad de nichos ecológicos del vasto territorio de la Nueva España. Con la obtención del marquesado, que representaba en sí mismo un Estado dentro de otro Estado —que concentraba más de 60 pueblos de indios y sus tributos, y un sinnúmero de lugares sujetos—, Cortés vio la oportunidad de implementar algunas de sus ideas rechazadas para el conjunto de la Colonia, por ejemplo, en las ordenanzas de la Ciudad de México.

«Cortés no estaba tan casado con esta idea de separación, tenía otra visión donde la población indígena no sería necesariamente segregada en repúblicas, sino que viviría interactuando con españoles, mestizos, negros, mulatos libres y esclavos.

«También intentó obtener para su Estado el control de los puertos del Golfo y los del Pacífico, que se asociaron con el comercio en el Atlántico y la metrópoli; o a su proyecto de continuar las conquistas hacia el Lejano Oriente. Algo que finalmente no le fue concedido.

«Conocía bien las limitaciones de crear simples enclaves monoproductores, como los del Caribe insular. Por el contrario, pretendió desarrollar un reino lo más diversificado y autosuficiente posible, mientras era obstaculizado por el famoso juicio de residencia».

Pese a estas empresas fallidas del conquistador, a lo largo de tres siglos, en la Nueva España y de forma indistinta en las ciudades y en el campo, «se logró constituir esta modernidad que tiene que ver con el ethos barroco, dándole al conjunto de la sociedad un carácter de mezcla inequívoco, tal y como Cortés lo pretendiera en su inicial proyecto de nación, siendo la Nueva España una singularidad dentro del imperio español y de la propia América.

«Eso se va a reflejar en la Guerra de Independencia que fue hecha no solamente por los indios, sino por las compañías de negros y mulatos milicianos, tanto como realistas como insurgentes.

«Si uno estudia esta población en el siglo XIX, en Colombia, nos vamos a encontrar que en las iglesias o en los juzgados se pone la calidad de la persona: negros, mulatos, etcétera, y en México esto desparece muy tempranamente, quizá desde 1827. Reflejo de un pensamiento muy adelantado, en el sentido de que toda la población es libre, y cuando los insurgentes hablan de esclavitud, se están refiriendo a muchas cosas», concluyó el autor de Resistencia y Utopía y Tierra adentro, mar en fuera.

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