Durante una estancia de seis meses en cuatro de los ochos pueblos yaquis de Sonora, y muchas visitas intermitentes, la historiadora Raquel Padilla Ramos recopiló distintas versiones sobre la guerra y deportación de estos indígenas, de voz de sus descendientes, y con ellas realizó su tesis doctoral que ahora, corregida y disminuida (ya que se redujo el número de capítulos), acaba de ser publicada como un libro de lectura ágil pero dolorosa.
Así lo da a conocer la propia investigadora del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) en Sonora, quien asumiéndose como escribana de los yaquis dio sentido a un relato compuesto con las voces de 20 indígenas que sufrieron directamente las consecuencias de aquel genocidio, perpetrado por el gobierno de México a principios del siglo XIX.
Es una obra científica, a la vez que de divulgación, para que la lean los yoris (blancos o mestizos), dice Padilla Ramos, con su tono de voz sonorense, y comprendan cómo ocurrió esta historia, para que ya no se repita.
La autora de los libros Yucatán, fin del sueño yaqui. El tráfico de los yaquis y el otro triunvirato (1995); Progreso y libertad. Los yaquis en la víspera de la repatriación (2006) y Los irredentos parias. Los yaquis, Madero y Pino Suárez en las elecciones de Yucatán 1911 (2011), resultado de investigaciones en documentos históricos y periodísticos de la época, tenía pendiente un trabajo que rescatara las voces de los yaquis porque —dice— el gobierno tiene su historia; la prensa, la suya, y los empresarios también, pero este proyecto editorial da el gran peso a las narrativas del pueblo yaqui. Esa es su aportación.
“No soy la única que lo ha hecho, qué va”, comenta la historiadora, “existe por ejemplo el libro que publicó la Dirección General de Culturas Populares, Tres procesos de sobrevivencia de la tribu yaqui, que recoge testimonios de este tipo; lo que yo hago ahora es dar un sentido historiográfico a los relatos, con mis herramientas de historiadora y antropóloga; un cariz diferente con otros narradores”.
El trabajo se titula Los partes fragmentados. Narrativas de la guerra y la deportación yaqui. Partes es un término aplicado para un informe oficial, en este caso son las narrativas indígenas: sus versiones sobre la guerra y deportación… lo que ocurrió con ellos, ¿cómo fueron deportados?, ¿cómo se llevaba a cabo la guerra?, ¿cómo se defendían?, ¿qué pasaba con los niños, las mujeres?
Para realizar esta investigación, Padilla Ramos permaneció por seis meses en las comunidades de Cócorit, Vícam, Huírivis y Tórim, donde recogió las historias de 20 indígenas, a los que considera sus colaboradores, que no entrevistados, a partir de pláticas en diversos contextos: la cocina, el campo de cultivo, la casa, donde podía hacía entrevistas personales o familiares, con preguntas abiertas: “¿Tuvieron antepasados deportados?… cuéntenme de ellos”, les decía.
“Cuando uno abre una pregunta de esa manera, implica que tiene todo el tiempo para escuchar, sobre todo cuando se le hace a un anciano que está dispuesto a contar esas historias de dolor”, acota la historiadora. “Tuve el tiempo suficiente para escucharlos y recoger sus historias. Fueron 20 colaboradores intensos, con quienes trabajé una y otra vez. Los visité en varias ocasiones. Algunas fueron entrevistas a mucha profundidad; más bien conversaciones en las que compartimos tantas cosas… aprendí (torpemente) a hacer tortillas de harina, por ejemplo, y otros tantos yaquis, de manera oral me proporcionaron datos, digamos pequeños”.
Las historias de deportación han fortalecido la identidad yaqui
La deportación fue un proceso muy doloroso para este pueblo, pero a la vez les ha dejado una especie de usufructo social porque le han sacado ventaja: al transmitirlo de generación en generación van fortaleciendo su identidad, historia y cultura. Todos los niños yaquis saben lo que ocurrió con sus antepasados, saben que fueron deportados a la península de Yucatán, donde los recibieron como prisioneros de guerra y luego como soldados de leva.
“Son historias crudas, de muerte, persecución, violencia, humillaciones, violaciones: una guerra de exterminio, total y franca, que ahora se puede definir como genocidio, y hay que ser muy claros en esto”, dice la estudiosa, “un genocidio que se cometió con el pueblo yaqui, en el que perdieron seres queridos, territorio, sus casas y bienes. Así que hoy se saben sobrevivientes a una catástrofe inspirada por el Estado mexicano durante el porfiriato”.
La historiadora explica que les hacían contratos de trabajo para dar sentido legal a la deportación, pero en realidad era una acción de compraventa porque cuando los yaquis eran trasladados a Sonora, la Secretaría de Guerra y Marina ya había recibido 65 pesos por cada persona, recursos que sufragaban los gastos del traslado y que después eran devengados por los hacendados peninsulares.
“Eso es algo que hoy se llama enganche: se les paga por adelantado el traslado y se les promete una situación laboral que no es real. Aunque a los yaquis no se les prometió nada porque ellos eran prisioneros de guerra, entonces era un traslado forzoso, el destierro era parte de la deportación.
“La deportación implicaba, además de ser prisioneros de guerra, la pérdida de los bienes y de la patria potestad sobre los hijos; es decir, se les quitaban los hijos. Las mujeres yaquis narran cómo les arrancaban a los pequeños de los pechos para entregárselos a los soldados y que pudieran ser redistribuidos, porque se buscaba la ruptura familiar, de los lazos de compadrazgos y amistad”, explica la historiadora.
“Por la política de deportación llegaron a Yucatán alrededor de ocho mil yaquis, asentó el periodista John Kenneth Turner en su momento, en el libro México Bárbaro; yo, personalmente he contabilizado seis mil 432 en los archivos y documentos históricos que he analizado, pero es muy probable que hayan sido los ocho mil que menciona Kenneth Turner, porque quizá me faltaron documentos que no tuve a la mano. Digamos que una cifra conservadora es de seis mil 500 deportados, hombres y mujeres”, dice Padilla Ramos.
“En la península o en el trayecto debieron morir unos mil. Enfermedades infectocontagiosas como fiebre amarilla y paludismo, accidentes de trabajo, suicidios, depresión y alcoholismo, que hicieron mucha merma en ellos, fueron las causas”.
La historiadora explica que el regreso de los yaquis a su tierra, lo emprendieron a fines de 1911, durante la revolución maderista. El gobierno revolucionario, a través de una política de repatriación sólo devolvió a 44 de los seis mil 500, pero todos los demás que sobrevivieron regresaron por su propio pie y esfuerzo: se subían de trampas en los trenes o se insertaban en la leva en ejércitos revolucionarios, hubo otros que se asalariaban en el camino: en ranchos, haciendas… y les llevó años el retorno. “Por eso en la memoria indígena existe la idea de que regresaron a pie, y es cierto, lo hicieron a pie y por partes, aunque la mayoría fue muriendo en el camino”.
El reacomodo en Sonora también fue difícil, sobre todo porque hubo yaquis ─los menos─ que no fueron deportados y no recibieron con buenos ojos a los que regresaron; quizá por competencia por las tierras o por razones culturales que a veces no alcanzamos a entender, porque sentían que llegaban con otras costumbres, siendo que en el exilio defendieron su identidad.