Luis Navarro Arteaga
La figura política más sobresaliente del siglo XX latinoamericano, es sin duda, Ernesto Guevara de la Serna, guerrillero argentino que aún naciendo en una familia acomodada, conoció directamente el sufrimiento de las clases populares de nuestros países, pues recorrió gran parte del continente.
En nuestro siglo 20 hay sin duda grandes figuras, míticas, cuyo pensamiento y accionar siguen inspirando miles de personas que sueñan con contribuir a cambiar la situación social y política de sus países. Salvador Allende, Emiliano Zapata, César Sandino, son personajes históricos que tienen esa dimensión, sin embargo, la omnipresencia Ernesto Guevara, como una especie de «marca» izquierdista, supera en alcance mediático al presidente chileno, al agrarista mexicano y al guerrillero nicaragüense.
A 50 años de su ejecución por parte de un soldado boliviano, el che sigue siendo una figura controversial, amado por muchos y odiado por otros tantos, pero muy vigente ya que representa al joven latinoamericano que busca un futuro mejor para todos.
Dos viajes son los que marcan la vida de Guevara y lo ponen en el camino de lo que será en el futuro, el primero de ellos fue aquel que inició el 1952 con su amigo Alberto Granado y que lo llevó a recorrer Chile, Bolivia, Perú, Colombia y Venezuela y en el que, el chico educado por una familia acomodada en Argentina, conoce por primera vez la Latinoamérica profunda y vulnerable que lo conmueve y lo va acercando a su destino.
El segundo viaje lo lleva a Guatemala para ser testigo de cómo los intereses del capitalismo destruyen un gobierno, el de Árbenz que pretende hacer reformas sociales que hacen tambalear los privilegios de los ricos y los intereses de los Estados Unidos.
De ahí , Ernesto viaja a México donde conoce Raúl Castro y se embarca en la aventura guerrillera de Cuba que culminará con la derrota del dictador Fulgencio Batista y el ascenso al poder de Fidel Castro.
Los años siguientes Guevara pasará de ser un ejecutor en la cacería de brujas del régimen castrista, a firmar los billetes cubanos con su apodo, ” che”, cómo mandamás del Banco Central de La Isla; hasta ir a luchar África central, fracasar , asilarse en la Europa oriental para posteriormente iniciar su última aventura en Bolivia, donde fue asesinado.
No podría especificar si antes o a partir de ese momento, el mito del Che Guevara comienza a hacerse indispensable las luchas de la izquierda, pero desde finales de los 60 su efigie está presente en todas las marchas, mítines plantones y revueltas , ya sea en las cientos de versiones de la fotografía de Korda estampada en playeras y bambalinas o en las frases que es son extraídas de sus entrevistas, conferencias y sus diarios de campaña.
El Che Guevara es también una figura controversial a la que se le atribuyen asesinatos a sangre fría, haber abandonado a su familia, haber criticado al régimen soviético que le daba de comer a Cuba, pero ninguna de esas acusaciones le quita el protagonismo de se runa de las figuras representativas de la rebeldía.
En nuestro continente dónde las injusticias siguen tan presentes como los años 50 y 60, cuando el che recorrió América Latina, un tipo indignado, rebelde, sin duda alguna cala muy dentro de quién es como él, no están contentos con la impunidad, la corrupción, la pobreza, que vivimos diariamente y se convierte en guía, en símbolo, de una aspiración legítima qué pretende acabar toda esta situación.
Por eso Ernesto Guevara sigue siendo un guerrillero vivo, independientemente que sea una especie de marca en el mercado ideológico, que vende camisetas, boinas, puros pantalones y toda clase de mercancías o de que sus detractores le atribuyan una ferocidad monstruosa irracional e injustificable.
Para muchos de nosotros el Che sigue siendo ese chico asmático, quizás un poco ingenuo, que quiere contribuir a cambiar el mundo y que lo hace de la única manera que él cree posible, la violencia legitimada por el sueño superior de crear una nueva humanidad, una nueva sociedad más justa y eso es lo que da miedo a los poderosos, y eso es lo que genera odio hacia el, y es también, lo que provoca amarlo.
El 9 de agosto de 1967, hace 50 años, luego de ser apresado en un lugar remoto de Bolivia, el Che Guevara fue ejecutado, pero sus asesinos dijeron que había caído en combate, porque hasta ellos reconocieron en él la figura política más sobresaliente del siglo 20 en Latinoamérica y se dieron cuenta que no podían aceptar, bajo ninguna circunstancia, que lo habían asesinado.
La fotografía que se tomó del Che, minutos antes de morir, nos lo revela como un hombre destrozado, con un enorme daño físico y moral, parece un indigente, enojado, pero a juzgar por lo que dijo antes de recibir varios balazos, está esperanzado en que habrá un cambio social en un futuro no muy lejano. Ese nueve de agosto, marcó la caída del hombre y el ascenso del mito.
Para muchos es un hombre que se equivocó, para otros era un loco que quería llevar la revolución a cualquier lugar donde, según él se necesitara, para otros es casi un Dios, para muchos un asesino sanguinario, para algunos más, un joven ingenuo que no fue capaz de conocer , completamente, a los hombrecillo del poder, pero lo que no podemos negar es su permanencia como símbolo de la lucha social en América Latina.